Al contrario de lo que
indica el título, no voy a hablar sobre las torturas que infringieron las nazis
a sus odiadas congéneres judías, aunque bien hubieran podido ser reclutadas por
ellas para ejercer todo tipo de sufrimiento. Pero no, voy a hablar sobre Overcolors. Para quien no lo sepa, es un nuevo centro de tortura... digooo... de manicura y
pedicura que se supone, es especializada. Un nuevo concepto que al parecer está
dando interesantes ingresos a su creador.
Bien, ante de todo, debo reconocer, que
siendo mujer, y por tanto, con niveles realmente elevados para soportar
dolorosos rituales de belleza clásicos, por aquello de ''antes muerta que
sencilla'' o por aquello de ''quien quiere presumir tiene que sufrir''. Para que os
hagáis una idea, soy de las que se queja poco, de las que soporta con una
estoica sonrisa los tirones de pelo del peluquero despistado y un discreto ''no
pasa nada'', ante sus disculpas; o la que aguantaba las lágrimas de dolor cuando
en mis años mozos, iba a la estheticienne a depilarme con cera caliente las
piernas enteras y las ingles (¡¡Dios!! aun me duele ahora al recordarlo) Debo
puntualizar que ahora uso otros métodos algo más indoloros. Pero volvamos al
tema que nos ocupa. No soy tampoco una asidua a los salones de belleza, ni
mucho menos, pero alentada por las compis de trabajo y familia que hablaban
maravillas de la manicura y apremiada por mi querido novio, siempre alentándome
a que me dé algún capricho femenino, decidí apostar por una manicura y pedicura
en el citado centro de especialistas de Overcolors de Gran Vía II, que además, me queda al lado de casa.
Primeramente, y por mi naturaleza desconfiada,
decidí hacer unas averiguaciones por internet. Mis resultados fueron
satisfactorios. Un par de comentarios positivos, un par de blogs con buenas
críticas, bien, parecía que iba por buen camino. Incluso pedí hora para una
manicura para mi novio que por su apariencia parece que no, pero en el fondo es
un coqueto irremediable.
Y allí nos plantamos, puntuales, mi novio y yo sin
saber donde nos estábamos metiendo. Primero le atendieron a él, mientras la que
dirigía el cotarro me indicaba que esperara sentada. Escogí el sofá sin mancha
y me entretuve ojeando un par de revistas pasadas y salpicadas vaya usted a
saber de qué, que no daban muy buen feeling, pero bueno... y los minutos iban
pasando... y vi a otra clienta a la que pasaban antes que a mi, y no dije nada,
por aquello de la buena educación. La confianza en el lugar empezaba ya a
menguar rápidamente. Después de dos clientas que pasaron antes que yo y 40
minutos después, con mi novio ya atendido, y con un cabreo importante que
empezaba a adueñarse de mí, decidí que ya había esperado suficiente. Me levanté y me dirigí en busca de la que parecía ser la encargada. Se notaba que lo era,
porque lo único que hacía era indicarte donde podías sentarte y te preguntaba
si te hacías la manicura cara o la barata. El resto del tiempo lo pasaba
sentada en la recepción sin hacer ni el huevo, hablando con una o con otra o
bien fuera del centro haciendo solo Dios sabe qué. Total, que en ese momento no
estaba en el recinto, con lo que me dirigí seria e implacable a la que se suponía
que debía atenderme y le espeté sin muchos miramientos si iba a tardar mucho porque si era así me
iba a hacer un par de recados, ya que tenia hora a las 6 y eran casi las 7
menos cuarto. Mi acto de rebeldía me costó caro... la tipa se levantó y me
estiró de malas maneras en un sillón de pedicura poniendo bajo mis pies un
recipiente con agua jabonosa, al parecer la silla o estaba rota o algo raro
pasaba porque mis pies no tocaban el agua, pero la tipa improvisó una solución
chapuzas, muy en su línea, como comprobaría más tarde, colocando el recipiente sobre una pequeña silla de madera. La
posición era realmente incomoda, pero apelando a mis buenos modales y mi buena educación
decidí, no decir nada. Mi sorpresa vino después, cuando me di cuenta que parecía
que intentaban compensar el tiempo de espera realizando su trabajo de forma supersónica.
Para que os hagáis una idea, durante el tiempo que estuve allí, pude constatar
(gracias a mi gran poder de observación y el tiempo que dedique a la misma... y
es que 40 minutos dan mucho de sí) que una manicura podía durar unos 50 minutos
y una pedicura una hora bien buena. A mi las dos cosas me las hicieron en el
tiempo récord de 40 minutos. Y claro, ya se sabe que las prisas nunca son
buenas. La ''especialista'' que me tocó a suerte era bastante inepta, con nulo
poder de conversación y tal vez algún problema de dicción porque era difícil
entender lo que decía, ni siquiera sus compañeras entendían nada de lo que decía.
En fin, que la tipa se pone a hacerme la manicura de bastantes malos modos y
con cierta prisa, no quiero detallar todo paso a paso así que me limitare a
contar los errores, que en mi modesta opinión, se cometieron:
2. Me hicieron la manicura de forma que, en vez de que la chica se
colocara de manera que a mí me resultara cómoda, fui yo la que tuvo que inclinarse y
retorcerse para que la ''señorita'' alcanzara mi mano. Matizo aquí que no me dio explicación alguna en
ningún momento sobre los productos que me estaba poniendo.
3. Me hicieron daño, y no solo eso, salí con uno de los dedos de
la mano y otro del pie sangrando (me los desinfecte con Betadine al llegar a
casa)
4. Me colocaron el bol jabonoso de los pies de mala manera y el de
las manos sobre mi pubis sin ponerme ni una toalla ni nada (si te manchas te
jodes y punto)
5. Se olvidaron de ponerme crema hidratante en las manos pero no de cobrarla.
6. Trataron a mis pies como morcillas de tercera puestas a secar (¡qué daño, oye!)
7. Le pidieron a mi novio mientras me esperaba que les abriera un
bote de esmalte. Qué detalle tan maravilloso, el cliente que trabaje un poco no sea que las pobres chiquillas se esfuercen demasiado (le costó abrirlo, de lo seco que estaba.... ¿un producto
caducado tal vez? nunca lo sabré...)
8. No fueron nada amables. No me enseñaron los colores de esmalte,
yo dije más o menos los tonos que me gustaban y me pusieron uno y listo (parece
más un brillo que un color)
9. No tenían separador de dedos y me pusieron un Kleenex enrollado
de mala manera a modo de separador. ¿¿¿Pero no eran especialistas en estos
menesteres???
10. Los cuchicheos entre empleadas, hablándole a la carnicera que
me atendía al oído, y comentarios propios de una verdulería de tercera con uso de palabrotas
incluidos, no hicieron si no, que mis ganas de huir aumentaran
espectacularmente. Eso sí, debo reconocer que me ofrecieron un té y un café, que
rechace amablemente contemplando la posibilidad de encontrarme algún dedo
amputado o en el mejor de los casos algún trozo de uña de alguien dentro.
11. ¿Donde están los guantes? La carnicera no empleó guantes para
la pedicura cuando si que lo hacían sus compañeras con otras clientas... sin
comentarios.
12. Me dejaron allí durante un rato y cuando ya tenía la espalda
doblada y mi sufrimiento y cabreo alcanzaron el nivel 9, me levanté y
me calcé... aquí, mi cabreo se disparó al nivel 25 al ver que una de
mis botas de piel preferidas tenia una mancha horrible en la punta... recordé
entonces a la carnicera diciendo: ''deja que chorree'' (una especie de gel que me
pusieron en las manos) y parece que un par de gotas del ''chorreo'' fueron a parar a
mi bota.... entonces ya sí dejé las formas de lado y me dispuse a dar batalla
si alguien me decía algo....pero me quedé con las ganas. Mi novio ya había
pagado todo (lo suyo y lo mío) y mi salida airada del local pareció no alertar
a nadie, normal, ya tenían su pasta y por supuesto también un par de clientes insatisfechos que no volverían
mas. Tampoco me saludaron ni me preguntaron nada. Vamos, todas unas
profesionales en el arte de la educación.
Reflexionando más tarde en casa, intentando olvidar la sangría en
mi dedo índice (aun me duele) y mientras contemplaba la cara horrorizada de mi
novio que observaba incrédulo como la discreta capa de esmalte transparente que
le pusieron iba saltando de sus uñas cual saltamontes cocainómano, empezó a asaltarme
una preocupación más seria. Me di cuenta que en ningún momento se limpiaron los
instrumentos de tortura: los alicates, los cortaúñas.... no vi en ningún
momento que desinfectaran o pasaran un poco de alcohol.... nada, y pensé: al
igual que yo he sangrado, han podido sangrar otras personas.... ahora ya estamos
hablando de algo más serio.... así que como siempre hice mis propias
averiguaciones por internet. Recomiendo a las interesad@s y sin afán alarmista que lean este enlace: Los salones de belleza pueden propagar infecciones?
En resumen, espero no haberme contagiado con nada raro y desde
luego no recomiendo en absoluto ese horrible lugar.
¿Para presumir hay que sufrir? Tal vez, pero lo justo... lo que
desde luego no hay que hacer es poner en riesgo la salud de la gente.
Definitivamente, aquí se acaba mi aventura por el mundo de los salones de
belleza.